CARIBE MIX

Aterricé en el Caribe soltera y sin compromiso- llevaba separada seis meses-, y con un buen puñado de euros - la indemnización por mi despido- y por supuesto con muchas ganas de pasarlo bien y divertirme después de un año de mucha tensión, tanto en el trabajo como en mi vida personal. Después de unos días de hamaca, piña colada y con el sol caribeño dándome ya un bronceado importante, conocí al que sería el primer hombre con el que me acosté, por decirlo de alguna forma. Era español y formaba parte de un grupo de tres que, a tenor como se comportaban, tenían un hambre carcelaria de mujeres. Rafael, así se llamaba, era más o menos de mi edad, rozando la cuarentena. Era divorciado y quiso explicarme su vida, pero no le dejé; para penas ya tenía yo las mías, así que estaba prohibido hablar de algo que no fuera presente o futuro, aunque la verdad es que hablar hablamos poco. Nuestro objetivo común de divertirnos de todas las formas posibles estaba por encima de todo y desde la primera noche las palabras fueron secundarias, salvo para formalismos, banalidades o para quedar a qué hora y en qué habitación, aunque siempre tocaba la mía, porque él tenía que echar a sus amigos para poder disponer de intimidad.

Lo pasé muy bien las tres veces que me acosté con él; tres la primera noche y una la segunda. ¿Y por qué este desfase? deben preguntarse. Muy sencillo, al acabar de hacerlo la segunda noche ya me dijo “te quiero” mientras tenía el orgasmo; luego si no me pidió matrimonio casi le falta poco. Si para algo no estaba yo receptiva era para propuestas amorosas duraderas; no en ese momento de mi vida, donde estaba un poco escaldada todavía después de mi separación de David, el hombre al que conocí cuando tenía 18 años y con el que había vivido hasta no hacía mucho y del que por circunstancias que no voy a explicar, aunque son fácilmente reconocibles por ser patrón de muchas separaciones. Si al tercer o cuarto polvo un tío al que no conoces de nada empieza a decirte “te quiero” y a pedirte una relación sólida: una de dos, o miente como un bellaco o es un inmaduro del copón, al menos así lo pensaba yo, o yo que sé, tal vez fuera que el hombre había notado la llamada de Cúpido en forma de flechazo en el corazón. La cuestión es que aunque Rafa- me dijo que usara el nombre reducido- parecía garantizar unos buenos ratos de cama- la primera y la cuarta vez me corrí muy despacio y muy a gusto, aunque llevaba tanto tiempo sin hacerlo que no me fue difícil. A su favor diré que era generoso, que intentaba complacer, abierto a posibles innovaciones y con paciencia y energía suficiente para esperar y para que yo disfrutara lo máximo posible. Se le notaba experiencia con mujeres, o al menos me lo pareció. A pesar de que él también llevaba mucho tiempo en el “dique seco” según me confesó, no parecía tener prisa a la hora de hacer el amor. Sus preliminares eran largos, lentos, y por encima de todo tenía el olfato o la sabiduría para saber en qué momento estaba a una “a punto de”. Tal vez le faltaba algo de fogosidad, de aquel deseo instintivo o más primitivo que yo recordaba de cuando era joven y estaba en mis inicios con David, pero eso no restaba un ápice a los resultados. El fin justifica los medios, ¿no?. Si el fin era quedarme en la gloria, ¿qué importaba cómo fuera el camino?

Mis  amigas  del  círculo  de  separadas  seguro  que  me  azotarían  por  dejar escapar a Rafa, pero yo  no estaba para milongas, ni para dramas, y por supuesto no estaba preparada para iniciar una relación amorosa, aunque el sexo no deje de ser también una forma de amor. Como diría la bruta de Cristina- la líder del círculo, aunque la verdad es que era líder porque era la que más tiempo llevaba divorciada- follar es un placer y amar un problema. Suerte tuve, o no, depende como se mire, de que Rafa volvió a España a los dos días de la fatídica noche en la que me despedí de él. Notaba sus miradas cuando tomaba el sol en las hamacas de la piscina, y de vez en cuando cuchicheaba  con  sus  amigos  y  medio  reían  todos;  les  contaría  nuestras batallitas, supongo, aunque se le notaba un poco triste. Una tarde, supongo que la última porque ya no lo volví a ver, me acerqué:

-  No te lamentes por lo que no tienes y disfruta recordando lo que has tenido. Me miró a los ojos un segundo, para enseguida bajar la cabeza y recrearse la vista con mi cuerpo en bikini, supongo que le vendrían a la memoria los buenos ratos pasados, o simplemente contemplaba el paisaje.

-   Tienes razón- contestó, entonces me dio un par de besos, uno en cada mejilla-. Gracias y hasta la vista.

Acto seguido se dirigió al camarero- el camarero del que hablaré más tarde- y con una seña le pidió una bebida que debería ser la que pedía siempre para acabar zambulléndose en la piscina natural de aguas de coral del hotel. Era una tarde Junio, aquello era el Caribe, mi cuerpo estaba cálido por las caricias del sol, y yo empezaba a estar muy tranquila, relajada- supongo que los polvos que eché con Rafa ayudarían también-, olvidándome del pasado y centrándome en aquellas dos semanas que me esperaban, que a tenor de cómo habían empezado parecían tener muy buena pinta.

Carlos se llamaba el chico que servía las bebidas en la barra de la piscina; al principio pensaba que sería autóctono, un poco por el aspecto y por la forma de hablar, pero mi conocimiento de las posesiones españolas más allá de la famosa “piel de toro” era escaso. Era chicharrero, o mejor dicho de Tenerife. Me debería llevar unos doce años, y era un chico muy suave, tranquilo, con unos modales exquisitos, aunque cuando se quitaba los calzoncillos parecía convertirse en una fiera salvaje insaciable. La verdad es que me dejó agotada físicamente, tanto “dale que te pego” me dejó extenuada. Las tres noches sin apenas dormir que pasamos juntos me dejaron KO, aunque disfruté mucho con él. Era el primer hombre que conocía - tampoco es que tuviera mucha experiencia- que echaba dos polvos seguidos sin sacarla. Una máquina de follar, como diría la bruta de mi amiga Cristina.

Por las mañanas iba como un zombie por la piscina; recuperaba las horas sin dormir, tumbada sobre una hamaca, notando como el sol tostaba mi cuerpo y con la tranquilidad que da una buena sesión de sexo. Carlos parecía un androide, apenas se le notaba el desgaste. De buena mañana ya estaba ordenando todas las hamacas, recogiendo las papeleras, reponiendo el bar, etc....era joven, vital y parecía que el follar tenía un efecto energético en él. Bueno, esas eran mis elucubraciones hasta que a la cuarta noche ya no subió a mi habitación. No es que me preocupara demasiado, llevaba menos de una semana en el hotel y ya había practicado más sexo que en el último año en España. Igual que viene se va, pensé. Pero aquella noche me costó conciliar el sueño, me hace falta un buen orgasmo como somnífero llegué a pensar, y hasta me reí sola yo misma.

Salí a la terraza, miré la luna, el mar rugía, aunque su sonido me embriagaba. Estuve un rato allí, feliz, sin apenas pensar en nada, sólo disfrutando de aquellos momentos que me parecieron mágicos. Vive tu vida como si hoy fuera tu último día, porque en algún momento será verdad, recordé esta frase, aunque me resultaba imposible recordar donde la había leído o escuchado. Y también recordé algo sobre la vida de los egipcios: Amaban vivir el momento, vestir bien, estar limpios, comer y beber... y mañana ya veremos. Así que me preparé un gin-tonic de mi surtida nevera y lo disfruté sin más testigo que la luna, y como no estaba muy acostumbrada a beber, o puede que me lo bebiera muy rápido, me entró un sopor que me obligó a meterme en la cama. Me acosté desnuda, como si estuviera con un hombre. La humedad era alta y el calor también, vagamente creo que hasta sudaba un poco. Me dormí con mis manos entre mis piernas. Cuando desperté sabía que había tenido un orgasmo, aunque nunca supe si fue sueño o realidad....

A la mañana siguiente vi a una joven italiana merodeando por la barra donde Carlos servía bebidas; por la forma en que se miraban me di cuenta de porque no había venido a mi habitación la noche anterior. O tal vez todo era producto de mi imaginación, no sé, la verdad es que me daba igual. Las cosas, igual que vienen, se van. Yo no había ido allí con mucha intención de buscar, sino más bien de encontrar.

En un momento que pasó cerca de mí, Carlos me guiñó un ojo, a lo que respondí con la mejor de mis sonrisas. Estaba claro para ambos que ya nunca más volveríamos a acostarnos, o tan siquiera hablar. Ambos teníamos claro que los que nos había unido no era nada forjado por los dioses del amor en la fragua del Monte Eros- si es que existía ese monte- y que por lo tanto no había que darle más valor que el que tenía que era simplemente el de dos adultos haciendo uso y disfrute de su cuerpo libremente.Lo que ocurrió a continuación era de aquellas cosas que si se las contaba a Cristina me recriminaría con toda seguridad. Me empezó a llamar la atención un tipo que estaba alojado en el hotel y al que siempre veía leyendo; tanto en los salones o vestíbulos como en la piscina, e incluso en el restaurante, comiendo con un ojo en el e-book y otro en el plato. Digo lo de Cristina porque aquel tipo tenía una barriguita cervecera, y eso estaba prohibido en nuestro círculo, decían que para barrigas cerveceras ya habíamos tenido las de casa, aunque en mi caso no era así, si algo tenía David era una buena planta, un hombre alto y guapo, aunque eso no evitara la separación, que no es tema del que vaya a hablar porque las aguas profundas de las relaciones humanas no era tema para debate bajo el sol caribeño. Como decía, aquel tipo, no sé por qué, me llamaba la atención. Debería ser cuarentón, o eso aparentaba. Un hombrecito gris, lo hubiera definido Cristina, o un tipo de esos que se pasan la vida detrás de una ventanilla y al que nunca le da el sol. Sin saber por qué me propuse llamar su atención; me sentaba cerca de él en el comedor, procuraba que su hamaca y la mía estuvieran cerca en la piscina, si él se levantaba para bañarse o tomarse algo yo procuraba hacerlo también, eso sin contar que en la piscina usaba mi bikini tanga, y por los espacios comunes del hotel ni que decir tiene que usaba mis mejores galas: vestidos entallados y escotados, y también algún día pasé por la peluquería del hotel, pero nada de aquello parecía hacer mella en el hombrecito gris, que seguía con su cabeza inclinada y su vista clavada en el e-book a cualquier hora que te lo encontraras.

Mis “artes de seducción” puede que no tuvieran efecto en él, pero si atrajeron a otros huéspedes del hotel. Más de uno y más de dos se acercaron con cualquier pretexto, pero yo seguía empecinada con el lector empedernido y apenas había dado cuerda a los que se me habían acercado, hasta Carlos lo intentó una noche, en la discoteca del hotel- supongo que la italiana ya se había marchado- pero a pesar de que el chicharrero garantizaba una buena noche de marcha, no quise repetir, y no sé aún porqué, se me había metido en la cabeza llamar la atención o entablar algún tipo de contacto con aquel hombre y en los días que me quedaban iba a ser el único objetivo. Me divertía aquel juego, aunque era como el que le da de comer a un burro, porque parecía que por mucho que me esforzara aquel hombre parecía inmune a todo, a no ser que me convirtiera en un libro, y ahí tuve la inspiración, no sería un libro, pero estaba claro que la estrategia tenía que pasar por algo relacionado con los libros. Así que ni corta ni perezosa me fui a una de las tiendas del hotel a comprarme un libro. Tengo que reconocer que nunca fui muy lectora, al menos en los últimos años, aunque de joven devoraba las novelas de Enyd Blyton, los cómics de Tintín o autores como Julio Verne, Alejandro Dumas y algunos más que la memoria ya no quiere traerme. Ahora la cuestión era qué libro podía comprar para llamar la atención de aquel hombre, si es que podía conseguirlo. El dependiente, un simpático mulato grande como un armario, me indicó que lo más vendido y leído en el último año era una novela titulada “ 50 sombras de Grey”, un libro de alto contenido sexual y erótico, según sus palabras, aunque al final parecía más interesado en que le diera el número de mi habitación- cosa que no hice, a sabiendas de que si lo contaba alguna vez en el círculo me despellejarían viva.

Tenía que funcionar, estaba segura. Después de varios días ya tenía yo un bronceado perfecto, me sentía una mujer deseada, estupenda, ¿por qué aquel ratón de biblioteca ni siquiera levantaba la vista cuando pasaba por su lado?

Fue una tarde, en las vísperas de un crepúsculo que se vislumbraba de pintor impresionista: mar color turquesa, horizonte incendiado, calma absoluta.... y cuando ya llevaba varias páginas del libro- por cierto, me estaba pareciendo un rollazo lo de esa estudiante y el ejecutivo y otras hierbas- se me acercó y me dijo:

-  Perdone- tenía una voz grave, parecida a Clint Eastwood, bueno más bien al doblador de Eastwood, Tino Romero-, ¿le gusta el libro?

Tarde unos segundos en reaccionar y en apartar mi mirada del libro- ya me fue bien porque el tal Grey me parecía un tarado de mucho cuidado- y le miré a los ojos, con aquella mirada que yo sabía hacer y que en su tiempo impresionó a más de uno- no en vano mis ojos eran una de mis “armas de seducción”, según me habían dicho algunas veces- y me levanté cuan larga era, mostrándome para que me viera bien el cuerpo enfundado en el minibikini. Había que poner toda la carne en el asador...

El hombre dio un repingo y un pequeño paso atrás, como si hubiera sufrido una pequeña descarga o un susto, aunque la verdad es que estuve a punto de meterle las tetas en las narices porque me había acercado mucho a él. Se le notaba azorado, y a veces, algunos hombres, cuando se ven intimidados- no era esa mi intención, claro está- dan marcha atrás y se retiran.

-  ¿Decía algo?- inquirí-. ¿Qué se le ofrece? señor...

-   Me llamo Lucas- dijo-, y no me haga la broma de: Lucas el de la peluca, porque como puede ver no llevo.

Me había hecho reír un poco; no era un mal comienzo, aunque yo no sabía bien por donde seguir. En esos momentos me estaba arrepintiendo de haber llamado su atención...

-  He visto que está leyendo ese libro que está de moda, las sombras de Grey o algo así.

-   50 Sombras de Grey, para ser exactos- contesté. En ese instante me di cuenta de que me estaba repasando, que su mirada recorría mi cuerpo y que le costaba mirar hacia otro lado que no fuera mi piel morena...

-  ¿Puedo invitarle a un refresco?- me preguntó.

-  Bueno- contesté, y a continuación me cedió el paso y pusimos rumbo al bar de la piscina. No anduvo a mi par, sino que vino detrás de mí. Supuse que con sus ojos clavados en mi espalda, recreándose, porque aunque las miradas es algo que no deja huella, a mí me parecía que me estaban pasando por rayos X. Pude haberme puesto un pareo o una camiseta, pero no lo hice, me encontraba muy a gusto con aquella sensación de medio desnudez que me daba el bikini tanga, y aunque con aquel hombre, en un principio, estaba bien segura de que no me iba a acostar con él y que por lo tanto debería haberme abstenido un poco a la hora de “pavonearme”, había algo extraño que me inducía a hacerlo, supongo que el hedonismo perdido durante años en la rutina de una relación que empezó con cohetes y acabó- aunque supongo que es ley de vida- sin ningún tipo de fuego.

Allí estaba yo, saboreando una piña colada, sentada en uno de aquellos asientos de mimbre tipo película Emmanuelle, con el solecito del Caribe acariciando y bronceando mi piel y mi cuerpo, y con aquel “barriguitas” a mi lado degustando una Coronita- aunque del primer trago se bebió la mitad, y para acabar de matarme sacó un estrujado paquete de Winston y se encendió un cigarrillo-, como si se estuviera aclarando la garganta para clavarme un rollo de mucho cuidado.

-  La verdad es que la excusa que he escogido es insulsa- comenzó a decir-. No soportaría tan siquiera hablar un minuto sobre esa basura. Parecía envalentonado, como si la cerveza y el cigarrillo le hubieran lanzado a la arena. A medida que hablaba ya no me parecía tan gris ni tan pusilánime como me había parecido.- La cuestión es que gustaría hacer el amor con usted, me gusta, tiene un cuerpo que me quita el hipo, y como usted lleva, digamos, unos días como merodeándome, entiéndame, quiero decir que de golpe y porrazo ha aparecido en cada uno de los sitios del hotel donde me encontraba.....me pregunto si no tendrá usted un mismo objetivo, aunque por lo que he visto y sé hasta ahora, yo no soy su tipo precisamente....

La verdad es que me pinchan en ese momento y no me encuentran sangre. Por supuesto me quedé sin palabras y no acerté a hacer otra cosa que dar un largo trago a mi bebida, él no parecía inmutarse, continuaba apurando la cerveza- casi se la había acabado en dos tragos- y daba intensas caladas que luego convertía en volutas circulares. Hasta me entraron ganas de fumar, y eso que llevaba varios años sin hacerlo. Mi mente se puso en marcha, tenía que reaccionar de alguna manera, decir algo, o podía darme por ofendida y desaparecer y adiós muy buenas, pero opté por una táctica de contraataque, o de paso hacia delante, aunque ya no las tenía todas conmigo con aquel tipo.

-   ¿De verdad desea acostarse conmigo?- le dije. Y yo no sé por qué lo dije, porque él empezó a argumentar de lo lindo...

-  Verá- empezó a decir-, pienso que si no se ha ido o no me ha tirado la piña colada por la cabeza ya es una señal. No es que me garantice el objetivo, ni muchísimo menos, pero mientras hay vida hay esperanza, dicen. ¿Ha visto usted El Padrino?- negué con la cabeza y le señalé con mi índice la zona de la muñeca donde se suele llevar el reloj, como indicándole que el tiempo se acababa o que apremiara-. Los sicilianos llaman el “Rayo” a aquel momento en que una persona se encuentra con otra por primera vez y se enamora locamente; es lo que llamamos un flechazo, o algunos más románticos también llaman “mariposas en el estómago” o cualquier cursilería por el estilo.

-  Vaya- dije burlona-, usted ha levantado la cabeza de sus libros y de repente ve que existo y Cupido le ensarta un flechazo. ¿Cree que me caído de un nido? El “hombrecillo gris” se rascó la cabeza, como buscando una respuesta, aunque mucho me temía yo que no iba a estar callado precisamente. Bueno, pensé, tampoco tengo otra cosa que hacer. Estaba de vacaciones, y en cualquier momento podía cortar aquello y a otra cosa, mariposa, pero la curiosidad, o la larva, como decía Cristina que era una curiosa empedernida, no me hacía sacar el hacha y terminar con aquello. Quería saber hasta dónde llegaría, qué más cosas podría decir o tramar para acostarse conmigo. Estaba claro que aunque dijera misa la última decisión siempre la tendría yo, así que me dispuse a escuchar de nuevo.

-  Es un tema sencillo, primitivo- continuó-, casi de primates, diría yo. Por decirlo de alguna forma, digamos que me gustaría, necesitaría, por salud mental o física, o mejor dicho, ansiaría o desearía yacer con usted a la mayor brevedad posible. Mi instinto reproductor se activa en cuanto la veo, y no digamos ahora en que usted está tan cerca de mí y encima lleva ese bikini tanga que muestra casi la totalidad de las parcelas de piel de su cuerpo y de su carne. No puedo evitarlo, supongo que es la naturaleza, o el poco instinto que aún nos queda al hombre moderno. ¿Qué culpa tengo yo si en cuanto la veo me entran unas ganas enormes de hacerle el amor?

Vaya con el hombrecito gris, era un Piquito de Oro. Quería echar un polvo por encima de todo, y encima sin afeitarse. Me reí por dentro, la verdad es que tampoco era tan desagradable oír cómo te alaban y te desean; a mí no me venía mal que me “regalaran” el oído, llevaba tiempo con falta de cariño y la cantinela de aquel tipo me divertía, aunque estaba claro que para que me acostara con él tenía primero que ver volar a un cerdo o que un burro me recitara La venganza de Don Mendo. No era mi tipo, o al menos no el tipo que yo necesitaba allí, en el Caribe. Además qué sabía yo de aquel sujeto: nada, excepto que se pasaba la vida leyendo y que por arte de magia se le había despertado la líbido con mi persona, aunque fui yo la que me empecé a interesar por él, en cierta manera, y ahora que estaba allí dorándome la píldora no sabía muy bien por dónde tirar y qué hacer. Me sentía como el que tira la piedra y esconde la mano, pero bueno, había que replicar al tipejo.

-  ¿Puedes decirme qué haces exactamente aquí, sin hacer otra cosa que leer todo el santo día?- le pregunté.- No parece que estés de vacaciones...

-   Buena pregunta- dijo, y pareció como quedarse en babia inventando una respuesta-. No quiero parecerle un alcohólico anónimo, pero me tomaré otra cerveza- hizo un gesto al camarero-, lo que le voy a contar bien lo merece.

-  Ya me lo explicará otro día- le corté. Y sin dale más explicación me retiré a mi habitación. Tenía ganas de estar sola, de disfrutar del atardecer del trópico tranquilamente desde el balcón de mi habitación; con un refresco y un poco de música. Y no es que no tuviera curiosidad por saber qué hacía aquel hombre por allí, pero de repente me entraron ganas de ensimismarse, la verdad es que cuando volviera a España tenía que ponerme las pilas en muchos sentidos, pero para eso aún faltaba una semana, así que al son de una suave música brasileña contemplé cómo se iba el día y llegaba la noche, sumida como en una especie de sopor, como en una nube donde yo era la única habitante y la que no dejaba, de momento, pasar a nadie.

De todo esto me sacaron unos golpes en la puerta; me acerqué despacio, sigilosa, para que no me escucharan. Insistieron un par de veces, pero yo seguí sin abrir. Pude distinguir la voz de Carlos diciendo:

-  ¿Estás ahí? ¿Estás despierta?

Tuve el pomo en la mano, casi a punto de abrir; no en vano me lo había pasado muy bien con él las veces que nos habíamos acostado, pero no abrí, supuse que se había quedado sin la italiana y que recurría a mí porque no había encontrado otra cosa. O puede que simplemente le apetecía verme o que tuviera ganas de sexo. Dudé, porque a nadie le amargaba un dulce, pero aquella noche no necesitaba más compañía que yo misma. Me desnudé y me metí en la cama. Dormí de un tirón y no recordé ningún sueño. El día siguiente era espléndido, cielo despejado, mar en calma....había que disfrutar, aquello no iba a durar siempre...

Hice bien en apuntarme a la excursión en velero que organizaba el departamento de relaciones públicas del hotel, así que de buena mañana ya estaba allí, con el uniforme “oficial”, es decir, bikini, gafas de sol y chanclas. La excursión consistía en visitar la paradisíaca isla de San Mateo- palabras textuales de Mónica, la guía- y también una playita recóndita y más paradisíaca aún- llamada Playa Cabo Horneado que había en el cabo homónimo, y todo ello en un velero impresionante de dos palos, con la cubierta repleta de asientos para poder disfrutar de los paisajes y por supuesto del sol y el viento, los mejores amigos del bronceado, aunque yo ya estaba bastante morena. Nunca lo había estado tanto....

La llamada había tenido bastante éxito y el barco iba repleto de turistas del hotel y también de otros complejos hoteleros cercanos. Era un  verdadero Babel, había gente de todos sitios: norteamericanos, canadienses, holandeses, franceses, japoneses, ingleses y, por supuesto, españoles. Había grupos de amigos, parejas, familias y gente sola, como yo, aunque esto era lo que menos abundaba. Las parejitas felices eran el mayor porcentaje reinante. Y para que estuviera todo completo también estaba mi “amigo” el lector, que aunque había intentado sentarse a mi lado lo despedí con viento fresco; no tenía ganas yo aquel día de tener ninguna obligación, así que el buen hombre se fue al fondo de la nave, y como con el movimiento del barco le impedía leer pues daba la misma impresión de estar más perdido que un pulpo en en garaje, como decía no recuerdo quien.

Entre toda aquella gente destacaba un hombre, el timonel del barco. Lo tenía enfrente y la verdad es que era un tipo que llamaba la atención: fibrado, con una “tableta de chocolate” marcándose bajo la ceñida camiseta; unos brazos potentes que se engarrotaban mostrando músculo cuando movía el timón- aunque yo creo que lo hacía expresamente-, una estatura rondando el metro noventa y moreno, aunque alguna cana dejaba entrever bajo la gorra de los Yankees de New York que llevaba encasquetada; no podía ver el color de sus ojos, los escondía bajo una gafas de sol de diseño, y estaba claro que el hombre se gustaba a si mismo, no había más que verlo, estaba hecho un brazo de mar, nunca mejor dicho.

Había algunas mujeres que ya se habían acercado a él; algún grupo de jovencitas y también alguna que otra de más edad. Las más atrevidas ya lanzaban la caña, pero él era todo sonrisas, poca cosa más, se las quitaba de encima con mucha simpatía; puede que tuviera una norma como aquella tan vulgar que oí una vez: “donde tengas la olla no metas la p..., o puede que simplemente era muy pronto para elegir, el día no había hecho más que empezar. Observaría los movimientos, porque si tenía en aquellos momentos una cosa clara es que no me importaría tener algo con aquel Adonis. Vacaciones, Caribe, diversión....estaban los ingredientes necesarios, así que a disfrutar todo lo que se pudiera. La vida son cuatro días y ya me había gastado dos.

Lo estaba pasando en grande, para mí el sol era algo muy importante, en verano era feliz, y el mar también era algo que me apasionaba, así con sólo estos dos elementos ya disfrutaba, y si además conseguía divertirme o conocer a alguna persona simpática y alegre, pues mucho mejor. Y en esas estaba yo, admirando como el timonel de mis sueños- bonita metáfora, pensé, aunque mi amiga Cristina hubiera añadido el adjetivo “húmedos”- maniobrando para atracar en el pequeño puerto natural de la isla de San Mateo, cuando me llamó la atención de que la persona que le ayudaba en el atraque era Lucas, el lector. Parecían conocerse, vista la familiaridad con la que se hablaban, y además se notaba que el “cervezas” sabía lo que tenía entre manos; saltando del barco al amarre como un muchacho, o gritando indicaciones al timonel perfeccionando la maniobra. Con aquello no había contado, pero podía ser una ventaja más que otra cosa: podía acercarme por medio de Lucas, y tuve razón, porque igualmente que yo me había pasado la mañana “comiéndome” con los ojos al piloto, él me había estado mirando a mí y sacó sus conclusiones:

-  Si quieres te lo presento- me dijo cuándo me ayudaba a bajar la pasarela-, aunque creo que la holandesa alta, la del bikini rojo, tiene más posibilidades...

-  ¡Cállate! , enano- le medio grité.

Si alguna vez existió el paraíso estaba claro que se parecía a aquella isla; playas desiertas de arenas blancas, con grupos de palmeras aisladas, como pequeños oasis; las aguas eran de color turquesa, y cuando te sumergías era increíble: todo tipo de peces y fauna marina entre barreras de coral. El agua era cálida, y limpia y transparente como jamás había visto en mi vida. Daba gusto estar allí, estaba claro que aún quedaban lugares en el mundo que valían la pena y que estaban a salvo de la especulación, la avaricia y la acción del hombre.

Después del  maravilloso baño nos llevaron a comer, había un restaurante oculto tras una duna, construido exclusivamente con madera e integrado totalmente en el paisaje. Durante parte del tiempo había estado “vigilando” los movimientos de la holandesa y el timonel; parecía claro que había ganado la carrera por más de un cuerpo. Desde que habían desembarcado les había visto juntos, cuchicheando, y jugando en el agua, más tarde, con el timonel ya únicamente enfundado en su bañador y luciendo cuerpo. Confieso que la envidié, era un hombre espectacular, un espécimen al que las amazonas reservarían como semental o para conservar y aumentar la especie.

En esas estaba cuando se me acercó de nuevo Lucas Coronita- se me ocurrió de repente el mote y se lo dije-. No se inmutó, ni siquiera pestañeó. Se limitó a decirme:

-  Te he puesto al lado del timonel- sonrió- . Pero al otro lado estaré yo. Es el precio.

Le hubiera dado un bofetón en aquel momento, pero la posibilidad de estar a pocos centímetros del adonis era muy tentadora, aunque éste tuviera a la holandesa al lado, y tuviera que aguantar a Lucas.

Hacía calor y la cerveza corrió como la espuma- nunca mejor dicho-. La comida era buena, a base de  marisco básicamente, aunque había  mucho tipo de verduritas en casi todos los platos. No contaré cuantas cervezas se bebió Lucas, pero prohibió al camarero que se llevara las botellas vacías; las iba ordenado en fila india, como pequeñas estatuas de la Isla de Pascua. Pensé que se pondría más pesado a medida que iba tragando cerveza, pero fue la contrario, se iba relajando más y ya al final de la comida sólo parecía mirar el mar, ensimismado, deleitándose con el azul turquesa y la espuma de las olas. El timonel no me dio mucha pelota. Lucas me lo presentó y al margen de cuatro palabras de cortesía y algún comentario sobre la comida y el calor poca cosa más, aunque de vez en cuando me rozaba con su pierna depilada y fibrada, cosa que me encantaba por me daba una pequeña corriente eléctrica cada vez que  lo  hacía.  Supe que  le  llamaban  Paco,  que  era del norte de España- asturiano, creo- y que era un experto en deportes relacionados con el mar como regatas, windsurf, vela, ski acuático, etc. Su inglés era bueno, se le notaba soltura, al menos la holandesa parecía entenderlo a las mil maravillas, pues no paraba de reírse y de estar más contenta que unas castañuelas. Estaba      claro   que     la                 holandesa     iba  a                     triunfar,  tampoco   me              sentí decepcionada...ella era mucho más joven que yo, y en realidad aquel hombre me de momento sólo me atraía a nivel físico, apenas había hablado con él, aunque para lo que lo quería tampoco hacía falta que fuera premio Nobel de nada, que tuviera una personalidad encantadora, o que fuera el hombre más maravilloso del mundo. En aquel momento de mi vida el único interés que podía tener en aquel hombre era el acostarme con él, si es que llegaba el caso, aunque me parecía a mí que iba a ser que no, al menos aquel día, porque la holandesa ya podía hacer el signo V de la victoria. El adonis sólo tenía ojos para ella, parecía que se derretía...

Una vez, con la excusa de preguntarle algo de las actividades del día, le puse la mano sobre la pierna. Noté que se tensaba como el cable de acero de un puente, como los poderosos músculos de sus piernas se endurecían. Me atendió cortésmente y por primera vez le vi los ojos porque se había quitado las gafas para hablarme. Como el carbón, pensé. Ojos negros y oscuros, mirada noble y profunda. ¡Qué guapo era el cabronazo! Enseguida volvió con la holandesa, aunque por un segundo ella me miró, tal vez me evaluaba como posible rival, o tal vez le picó la curiosidad, no sé, pero por un instante llegué a pensar que me consideró un peligro inminente o potencial, y eso me congratuló, y aunque fuera que todo eran imaginaciones mías daba igual, me lo estaba pasando genial yo sola con todas aquellas cábalas, y una cosa estaba clara, si querías comer manzanas había que estar cerca del árbol, y en este caso yo estaba cerca, aunque la otra ya me la imaginaba yo dando unos buenos mordiscos, pero bueno, yo era española, como el Conde Duque de Olivares, que si por algo se le conoció fue por meter en cintura a los Países Bajos- no me ganaba nadie en optimismo y en tener esperanzas y en ánimos-, así que todavía no di la partida por perdida, aunque después de comer los vi paseando solitos por la orilla; estaban bastante lejos y había un poco de calima, pero me pareció ver que se besaban, o al menos sus cabezas se acercaron lo suficiente como para suponerlo.

Yo también me fui a pasear, a meter los pies en aquellas aguas transparentes. El sol me llenaba siempre de energía, y aquellas horas notaba su caricia como la de un amante medio dormido, suave, cálido, impreciso...

El paisaje era espectacular, el día permanecía espléndido, aunque en el horizonte unos gigantescos bloques de nubes blancas parecían amenazarnos, pero fue la “nube” Lucas Coronita la que nubló mi horizonte, cuando más disfrutaba de mi paseo se me apareció, como de repente, caminando a mi lado y sin decir palabra. Me sorprendió verlo, pensé que estaría durmiendo la “mona”, pero no, estaba allí, a mi lado, más fresco que una rosa y silbando una canción que me sonaba pero que no reconocía y que no quise preguntarle.

-  Esta noche Paco me ha invitado a navegar- comenzó a contarme-. ¿Quieres venir? La holandesa viene fijo...

-  Así que voy de parejita contigo....

-  Eso parece- asintió-, piensa en alta mar, la luna, las estrellas....él estará allí.

¿Qué me das si te consigo una noche con él?

Primero le solté una bofetada y luego lo arrastré un par de metros de la oreja, hasta empujarlo al agua, donde antes de sumergirse tenía una sonrisa de oreja a oreja

-    ¡Imbécil!- le grité- ¿Qué tienes en el cerebro, serrín? ¿Crees que sólo pensamos en una cosa? Antes de que te acerques un sólo centímetro preferiría acostarme con un cangrejo bayoneta....

Él seguía chapoteando y sonriendo, como si la cosa no fuera con él y diciendo que todo era una broma. Qué cómo podía a llegar a pensar yo que él podía proponerme algo así y varias excusas por el estilo. La verdad sea dicha es que el timonel me ponía, tenía ganas yo de conocer un tipo de aquellos en la intimidad, pero no iba a ser como este petimetre quería, sino a mi manera, así que lo llamé, me disculpé y le expuse el plan que se me había ocurrido, así de repente, me había venido como una exhalación, como una religión revelada casi.....

Si hay algo que tienen en común casi todos los hombres es la vanidad, y en el tema sexual aún más. Todos ellos quieren quedar bien en la cama, quieren o necesitan que nos derritamos en sus brazos; es algo básico para su hombría, esa que miden en el número de orgasmos que nos procuran, o en el número de veces que nos hacen el amor en una noche. Olvidan que las mujeres, a veces, usan el sexo para llegar al amor, y que ellos usan el amor básicamente, para llegar al sexo....Aquel adonis, por bueno que estuviera, tenía que ser un vanidoso de primera magnitud; de eso no tenía duda, así que no quedaba más remedio que “trabajarle” aquella faceta para mis intereses...

You're So Vain, la famosa canción de Carly Simon, de la que nunca dijo a qué hombre de su vida estaba dedicaba, me vino a la memoria y me puse a tararearla:

 

You walked into the party

Like you were walking onto a yacht

Your hat strategically dipped below one eye Your scarf it was Afric cut

You had one eye in the mirror

As you watched yourself go about

And all the girls dreamed that they'd be your partner 

They'd be your partner and

Yo're so vain

You probably think this song is about you You're so vain

I bet you think this song is about you Don't you, don't you......

 

El tipejo no perdió comba y enseguida me soltó el rollo:

-   Hubo muchos candidatos, desde Mick Jagger, pasando por su propio ex marido James Taylor, y otros músicos como David Bowie, David Cassidy y Cat Stevens; y hasta actores como Warren Beatty o Nick Nolte. Ella nunca se lo dijo a nadie, excepto a un tío de mucha pasta que le dio un buen montón de billetes a cambio de unos de los grandes secretos de la música, pero con la condición que de sólo podía saberlo él y que bajo ningún concepto podía revelarlo.

-  Verás- empecé a decir- vamos a ir a ese paseito nocturno, pero tendrás que prestarte a lo que yo te proponga.

-  ¿Y qué sacaré yo?- preguntó-. Porque tú está claro lo que quieres conseguir...

-   Aún no he pensado como compensarte si me salen los planes- contesté-, pero la única forma de comer manzanas es estar debajo del árbol, ¿no lo dijiste tú? Aparte, ¿tienes otra cosa mejor qué hacer? Ah sí, claro, leer...

-  De acuerdo- dijo-. Soy todo oídos....

Si el Caribe era hermoso de día y desde tierra, por la noche y en un yate ya empezaba a ser algo increíble. La cena en la cubierta, a aquellas horas en que se confundían o se mezclaban el día y la noche; el suave calor mitigado por la brisa; las langostas y  el resto de viandas estilo bacanal romana; todo me parecía genial, maravilloso, hasta Lucas Coronita me pareció más simpático de la cuenta- también es verdad que se había bebido varias cervezas-. Me sentía feliz, contenta y además había pillado al adonis más de una vez mirándome el trasero, y eso que la holandesa debería ser prima hermana de Claudia Schiffer como mínimo.

Mucho jijijajá durante la cena y sus prolegómenos. Lucas era un sabiondo impulsivo y manejaba muchos temas; su amigo era más reflexivo, menos vehemente, y su monotema eran los temas náuticos, en cualquier variante. La holandesa resultó ser arquitecta de Delft, una de las facultades más brillantes en esa materia de las que había en Europa y hablaba bastante bien el español debido a una beca Erasmus en Barcelona.

Era la hora de los mojitos; Paco era todo un experto en la materia, usaba la misma  liturgia   que  si  estuviera  preparando  el   martini   de   James Bond. Explicaba las proporciones, cantidades, ingredientes, metodología como si de una clase de química se tratara, y se le notaba que disfrutaba haciéndolo y explicándolo, y aunque su “presa” aquella noche era la holandesa, mi olfato me decía que algún interés se le empezaba a generar, o eso pensaba yo. No sé qué hora era cuando nos retiramos, pero no faltaría mucho para el amanecer. Tuve que pagarle el precio a Lucas por colaborar en mi plan, así que no tuve más remedio que calzarme un guante de látex- que por suerte había en el bien surtido lavabo del yate- y realizarle una masturbación en toda regla, aunque el cabronazo cuando estaba a punto de correrse me mandaba parar y empezar de nuevo; así estuvo un buen rato, hasta que me harté del juego- la verdad es que se me estaba durmiendo el brazo- y en una de ellas seguí hasta el final, aunque se ve que no estaba contento todavía y me decía:

-  Despacio, despacio- jadeando como un perro casi-. Más despacio, porfa....

No  me había  parecido  un precio  excesivo, además  hasta me hizo  gracia, puesto que desde antes de casarme no había vuelto a masturbar a un hombre. Después llegó el teatro; el resto de la noche nos dedicamos a fingir, cada hora y media más o menos- nos despertábamos con el vibrador del móvil- el polvo, o los polvos del siglo, principalmente era yo la que gritaba y gemía como una loca, e incluso gritaba más de una obscenidad u ordinariez para darle más verosimilitud.  Lucas  se  había  prestado  al  juego,  e  incluso  tendría  que continuarlo con Paco en los días sucesivos, presentándome como una mata- hari del sexo o algo parecido. Ese era mi plan para poder atrapar a Paco, que él llegara a pensar que si yo había disfrutado tanto con un tipo como Lucas, qué iba a ser de mí si me cogía uno como él, tan experto en mujeres y con un físico imponente, aunque en el sexo dos y dos nunca son cuatro, y la química es caprichosa.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos en el puerto, yo noté a Paco y a la holandesa un poco incómodos, y por un momento me pareció que él parecía más interesado en mí que en otras ocasiones.

-  Parece que habéis dormido poco- dijo mientras devoraba muy despacio una tostada con mantequilla. No lo había dicho hasta ahora, pero me encantaban los hombres que comían despacio, que saboreaban las cosas; me parecía que podían ser así en todo lo que hacían. Lucas se limitó a sonreír, pero yo me apresuré a contestar, había que seguir el juego:

-  Tu amigo- contesté-, que tiene insomnio. A continuación, y en un alarde de intentar dar más verosimilitud, le pasé la mano por la cara a Lucas y éste se ruborizó, aunque nunca lo hubiera pensado que un caradura como él pudiera llegar a hacerlo.

La holandesa, con su cuerpo de diosa estirado sobre la silla, reclamando al sol su parte, parecía ajena a la conversación. Se le notaba tranquila, relajada, aunque me dio la impresión de que estaba un poco distante con Paco. Yo había oído en un par de ocasiones el crujir del colchón aquella pasada noche. En el barco los espacios son pequeños y los compartimentos estaban uno al lado del otro prácticamente, así que tanto unos como otros podíamos estar al corriente de lo que ocurría en cada sitio.

Antes de despedirnos Paco me preguntó cuántos días me quedaban de vacaciones, aquello, no había duda, era una buena señal.

Pasé el resto del día adormilada en las hamacas de la piscina; se estaba de muerte, con el solecito, la tranquilidad, mis fantasías con Paco, estaba en la gloria hasta que Lucas turbó mi felicidad viniendo a tumbarse a mi lado.

-  Me ha preguntado si entre tú y yo hay algo serio- me dijo-. Si le digo que sí ya te puedes olvidar...él es de los que respetan a los amigos.

-   Vaya- contesté-, ¿tendré que mancharme de nuevo las manos para que le digas que no soy la mujer de tus sueños, sino simplemente un pasatiempo? Lucas se rió escandalosamente y su tripita cervecera tensó los botones de su camisa playera hasta casi el límite. Por un momento pensé que estaba loca, o que se me había ido el oremus, pero la posibilidad de poder acostarme con Paco me estremecía, no sé, se me antojaba una fantasía, echar un polvo con una estatua animada de Fidias o Miguel Ángel tenía que estar bien, o al menos mi “mente calenturienta”, que diría mi amiga, no paraba  de imaginarme  con aquel hombre.

-  No hará falta- dijo después de haber estado riéndose un buen rato-. Ya le dije que no había nada entre nosotros, aunque pareció sorprendido después de la noche que “le habíamos dado”, cito palabras textuales. Y además me dijo que la holandesa era un muermo en la cama, que se movía menos que una muerta.....parece que tu plan ha funcionado, creo que no tardará en aparecer....

Estuve nerviosa el resto del día, la espera se me hacía eterna, y eso que no tenía fecha ni hora...Lucas sólo había dicho que aparecería. Al atardecer decidí relajarme en el jacuzzi de la habitación; por el hilo musical sonaba música brasileña, puede que fuera Maria Bethania: “ Sonhar mais um sonho impossível, Lutar quando é fácil ceder......”

Estaba la mar de bien, el agua caliente, las burbujas y la melosa voz de la brasileña habían conseguido serenarme, aunque también contribuía a que casi sin querer había estado acariciándome, no es que tuviera intención, pero al lavarme mi mano ya no se limitó únicamente a eso, se detuvo y estuvo allí todo el tiempo que necesité, y además con la táctica “Lucas”, es decir, parar cuando estaba a punto y reanudar de nuevo y así varias veces hasta que ya no pude aguantar y me dejé ir, eso sí, puesto que era yo misma la que tenía el control, fue lento como un tormento, como la canción del Bosé.

Y en esas estaba, disfrutando de los ecos de mi exploración, cuando unos leves golpes sonaron en la puerta y me sacaron del estado casi de “embriaguez” en el que me encontraba.

Con la toalla enrollada al cuerpo salí a abrir; dejando un reguero de agua tras mis pasos. Cuando abrí la puerta casi se me cae la toalla de la emoción: era Paco. Estaba apoyado en el quicio de la puerta, con una sonrisa blanca destacando en su tez morena, ataviado con aquella camiseta ajustada que dejaba entrever su musculatura y con una malla pantalón que, entre otras cosas, marcaba unos cuádriceps enormes, como columnas dóricas.

-  Pasaba por aquí...- empezó a decir. Reconozco que no era muy original pero los dos sabíamos lo que queríamos, así que no perdimos mucho tiempo y enseguida estábamos los dos revolcándonos en la amplia cama como Dios nos trajo al mundo. Paco no tenía prisa, y se entretenía acariciando, lamiendo o besando cualquier parcela de mi piel, aunque a mí el cuerpo ya me pedía acción- me había pasado muchos meses a dos velas- y quería que me empezara a hacer el amor sin más dilación.

-  ¿Has oído hablar del libro Cincuenta sombras de Grey?- me preguntó, ya la verdad es que me quedé un poco parada porque no sabía exactamente por dónde iba a tirar. No se iba a poner a hablar de literatura barata en aquellos momentos, o puede que quisiera practicar alguna de las muchas cosas de las que hablaba el libro. La respuesta vino rápida cuando me puso delante de las narices unas esposas y una especie de antifaz pero sin agujeros para los ojos. Pasaron muchas imágenes por mi mente en aquellos breves segundos, no en vano yo estaba leyendo el libro, pero hubo algo que me detuvo, no acepté en que me esposara, aunque insistió bastante. Aquel hombre era un desconocido en el fondo, posiblemente era una estupenda persona, pero yo no iba a dejar que me esposara, puede que hubiera visto demasiadas películas de terror, o de asesinos en serie, ya sé que no se parecía a Hannibal Lecter, el psicópata de El silencio de los corderos, y que posiblemente me estaba invitando a pasar la mejor noche de mi vida con el mejor amante que hubiera tenido jamás, así que sólo accedí a ponerme el antifaz.

A ciegas estaba mientras él seguía poniéndome por las nubes, pero yo quería que me penetrara, estaba ya que me deshacía, así que le cogí el miembro- duro con una roca- y con las piernas bien abiertas lo intenté conducir hasta el centro, pero él se soltó.

-  Un momento- dijo-, voy un segundo al lavabo.

Lo que ocurrió después no tiene desperdicio y puedo jurar que mi amiga Cristina estuvo riéndose durante días, y mucho tiempo después, cuando ya había pasado otro verano incluso, de pronto arrancaba a reír y no podía parar al recordar lo que a continuación voy a explicar.

No sé si eran- me refiero a Paco y Lucas- de ese tipo de hombres que creían que por definición los hombres son más listos que las mujeres, o que simplemente que por tener pene en vez de vagina ya se creen ungidos por los dioses, o afortunados como si tener ese apéndice fuera una bendición divina que les otorgaba una categoría especial dentro de los seres del universo. Como decía, Paco se fue al lavabo, pero no tardó mucho en volver. Nada más llegar al lecho me puso a cuatro patas y empezó la fiesta. Reconozco que podía haber seguido, que podía haber ignorado lo que descubrí, pero que insultaran mi inteligencia era algo que me superaba, así que suavemente me zafé y me giré; a ciegas busqué los genitales, en teoría de Paco, e hice como que me los acercaba hacia el rostro, como si tuviera la intención de practicarle una felación, pero en vez de eso lo que hice fue apretarlos tan fuerte como pude. Por el grito que oí ahora entendí eso que siempre hablaban los hombres de que no hay cosa peor de “te agarren por los cojones”. Con la “presa” en las manos- tengo que reconocer que hacía tiempo que no me hacía la manicura y que tenía unas uñas bastante largas y bastante aceradas debido a los pintauñas- me quité el antifaz y pude ver a Lucas, rojo como un tomate y con un gesto de dolor que pintor alguno hubiera podido reflejar, a no ser que fuera alguno de aquellos que plasmaban los tormentos de la Inquisición.

El resto es fácil de imaginar. Los listillos se habían confabulado para que Lucas consiguiera su objetivo de forma “gratuita”, pero aunque se habían puesto la misma colonia y seguro que habían apurado hasta el último detalle para que el plan fuera perfecto y yo no me enterara de nada, no habían contado con el detalle de que Paco tenía las piernas depiladas como un ciclista y que Lucas era un tipo velludo como un oso. Fue sólo un instante, porque estoy convencida de que puede que Lucas tuviera en cuenta ese detalle y procurara hacerlo de tal forma que no tuviéramos que rozarnos demasiado, pero por muy racionales que queramos ser, a la hora del sexo puede que surja lo más animal que llevamos dentro y se dejó llevar por la euforia. Aquello era el trópico, hace calor, humedad, y la gente suda, y aunque yo no era ninguna experta en hombres depilados o sin depilar, había estado casada durante mucho tiempo con un ciclista, y mi ex marido tenía temporadas que se depilaba, sobre todo en verano, porque decía que de cara a las caídas iba mucho mejor. Así fue como descubrí el engaño, por la transpiración de una piel depilada y otra sin depilar. Y otra cosa que descubrí es que cuando tienes un par de cojones bien cogidos es como el joystick o el mando de la Playstation, puedes hacer lo que quieras.

El final fue bastante patético; podía haber llamado a Seguridad y decir que me había querido violar, podía haberle hecho la vasectomía sin anestesia, podía haber hecho muchas cosas, pero no hice nada. Se marcharon “con el rabo entre las piernas” y ya no les volví a ver durante los días que me quedaron de estar en el hotel. A quien si vi otra vez fue a Carlos, el camarero canario: “la máquina de follar”, con el que tuve un par de noches inolvidables. Está claro que no todo el mundo es igual, y que cada persona tiene unas cualidades, pero nunca encontré un hombre como él. Carlos sabía hacer el amor, a pesar de su juventud tenía una “sabiduría” especial, o al menos a mí me lo parecía en función de las experiencias que había tenido. Y si bien es cierto que no había amor en aquellos encuentros, me refiero a que ni él ni yo estábamos enamorados el uno del otro, no sé exactamente por qué, supongo que la química, o porque yo llevaba tiempo a dos velas, o porque aquel hombre tenía un don para el sexo, la cuestión es que disfruté con él como nunca. Tenía una habilidad increíble para ponerte en órbita, desde el primer beso casi ya te ponía cien, y una paciencia infinita, podía demorarse- no podría decir exactamente cuánto tiempo, aunque siempre me pareció suficiente- en lamerte un pezón, o en besarte el cuello o la espalda, o avanzar tan despacio en la penetración que acababa siendo la más deliciosa de las torturas, o muchas cosas más que no voy a relatar porque no acabaría nunca. Eso sí, Carlos tenía menos conversación que una estatua, y al margen de ser un experto en cocktails y un apasionado del Real Madrid, de poca cosa más podía hablar. Estaba muy claro cuál era “su tema”.

Sin embargo, a pesar de todo esto, lo regalaría todo por lo que se siente cuando estás enamorada. Las “mariposas en el estómago” no tienen parangón ni comparación. Supongo que lo perfecto es hacer el amor con la persona que estás enamorada, no debe haber en el mundo mejor relación. En mis primeros tiemposcon mi ex marido David era así; me nutría de sensaciones, de percepciones. Era feliz de estar yacer con la persona que quería, y aunque el sexo en un principio era calamitoso, la fuerza del amor estaba por encima de todo. Pero bueno, eso ya es otra historia...

A veces estoy tentada de describir o de contar lo que era echar un polvo con Carlos, detalle a detalle, pero nunca me animo, es como si una vez explicado pudiera perder la magia, aunque no lo descarto. Creo que podría ser un buen manual para amantes inexpertos o para hombres que tienen dificultades para hacer gozar a su pareja. ¿No vendió la mujer aquella millones de ejemplares de 50 Sombras de Grey? ¿O acaso no se leían las novelas de Anaïs Nin?. ¿Y qué decir de El amante de Lady Chatterley o cualquier novela de Henry Miller?

Bueno no quiero flipar más, pero puede que acabe escribiéndolo, aunque sea sólo para darle envidia a Cristina o para inmortalizar para siempre mis noches caribeñas.

 

  © J. Román. 2013

 

 

 

 

 

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